¿Ha estado con un taxista o un trabajador de Uber que no sabe manejar? ¿Se sintió seguro siendo pasajero de ese carro? La respuesta es un rotundo no, ¿verdad? Pues a veces nos pasa algo parecido en nuestra vida, dejamos que el corazón sea el conductor de nuestras relaciones y nosotros los pasajeros que nos dejamos llevar.
¿Está mal dejarme llevar por mi corazón?
Es importante que entendamos que no podemos simplemente seguir nuestro corazón. Debemos ser intencionales en nuestras relaciones y por ende ser nosotros quienes dirijamos y conduzcamos el corazón. En este caso, debemos ser los conductores y el corazón debe pasar al asiento del pasajero. Por ejemplo, el corazón no siempre va a tener deseos de amar, esto sucede incluso en las relaciones de noviazgo, y es que no siempre vamos a querer estar cerca de nuestra pareja. Los seres humanos somos así y por ello nuestro desafío es amar como Jesús lo hizo: de manera incondicional. Es sencillo amar cuando estamos perdidamente enamorados, pero el mérito está en decidir amar cuando el corazón no quiere y cuando esa persona no merece que se le ame.
¿Qué hubiera pasado si Jesús hubiera actuado bajo la conducción de su corazón? ¿Acaso merecíamos que Él muriera por nosotros? Cuando Dios decidió entregar a su hijo por amor, éramos unos pecadores, estábamos sucios, no olíamos bien, nos quejábamos por todo, lo despreciamos y no le creíamos. Pero aún así Él decidió amarnos. Y ese es el reto: amar como Dios nos ha amado, amarnos para siempre. Este es el destino que nuestro corazón tiene que seguir. Hoy en día hay parejas que dependen de su corazón y de sus emociones, y se casan pensando en que si no consiguen entenderse entonces pueden separarse. Es por esto que muchos matrimonios no duran, porque de entrada ya toman una decisión y el corazón los va a guiar en la dirección equivocada, dejando a un lado su intención de amarse.
Nosotros podemos decidir nuestras prioridades, no nacemos programados. Entonces, si decidimos ser los conductores de nuestro corazón, este tendrá que obedecer. Si dejamos que Dios nos guíe y sea el centro de nuestra relación, habrá cambios impresionantes, pues Él ha preparado cosas maravillosas para nosotros y nos dará estrategias para amarnos sin condición.
Eclesiastés 9:9-10 dice: “Vive feliz junto a la mujer que amas, todos los insignificantes días de vida que Dios te haya dado bajo el sol. La esposa que Dios te da es la recompensa por todo tu esfuerzo terrenal. Todo lo que hagas, hazlo bien, pues cuando vayas a la tumba no habrá trabajo ni proyectos ni conocimiento ni sabiduría”. El corazón debe estar creyendo siempre que el matrimonio es para toda la vida, en los momentos en los que no queramos amar a nuestra pareja, debemos decidir hacerlo y enfocarnos en lo bueno. Oremos para que nuestro corazón se someta al diseño y a las decisiones que Dios quiere que tomemos.
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