En el mundo laboral son muy comunes los seminarios y charlas referentes a la importancia del trabajo en equipo. En ellos, se aconseja respetar las debilidades y valorar las fortalezas de los otros, para lograr un objetivo común y obtener buenos resultados. Las empresas aplican estos principios, pero nosotros debemos trasladarlos a nuestras familias.
¿Hay un manual del cielo matrimonial?
Por supuesto. La Biblia es el manual de funciones que Dios dejó escrito para todos nosotros. En su diseño se encuentran hombre y mujer. Dios pensó el matrimonio como un equipo, para que se desarrolle más cerca del cielo que del infierno. Y lo anterior suena drástico, pero vamos a tener que revisar esos hogares que a veces se vuelven cada vez más ingratos que gratos.
Trabajar en equipo no es fácil. En una familia, o en un matrimonio, puede pasar que por no tener claridad en sus roles y/o por no trabajar en equipo, pareciera que vivieran en un conflicto constante y permanecieran en un infierno. Es importante saber que ambos, cielo e infierno podemos vivirlos aquí y ahora.
Entonces, ¿cómo debe funcionar un equipo matrimonial? En primer lugar, debemos pensar así: Somos un equipo, no somos competencia; nos apoyamos, no nos atacamos. Vivimos más cerca del cielo cuando entendemos que somos complemento Y de igual forma, tenemos que revisar si al igual que las empresas, tenemos una misión y visión de vida. Nuestro sueño de familia soñada es algo que presentamos ante Dios, y puede sonar extraño, pero planear una visión incluso desde el noviazgo dará una misión al matrimonio.
Ahora bien, en un equipo matrimonial también es importante dividirse las labores: los temas de presupuesto, trabajo en casa, aseo, mercado, etc. Debemos cooperar para que las tareas tanto diarias, como a largo plazo, sean ejecutadas. Y finalmente, tal vez lo más importante sea vivir con la disposición a suplir las necesidades del otro: consuelo, aceptación, afecto atención, respeto, etc.
La Biblia dice en 1 Corintios 12:12: “El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo.” Como parejas, somos parte del cuerpo de Cristo, por ello es tan importante fijarnos en nuestra actitud, para asegurarnos de que estemos viviendo en el cielo y no en el infierno.
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